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Sabanilla

Haití: hermana de sangre

Los horrores que ha vivido, vive y vivirá por mucho tiempo la hermana nación haitiana duele a los cubanos tanto como si la desgracia de ese pueblo se hubiera ensañado sobre nuestro verde caimán, y no por una simple reacción solidaria y humanitaria por un país vecino.

 

Las causas de ese sentimiento sobrepasan cualquier cercanía o límite geográficos, incluso hasta políticos, si a tal caso pudiera recurrir un oportunista, con la argucia de que quisiéramos llevar a los haitianos un sistema político como el nuestro, signado por la libertad, la soberanía y la justicia social. En eso Cuba se respeta.

 

Hace exactamente 108 años que los haitianos empezaron a llegar masivamente a Cuba, llamados por los pitos de los centrales azucareros que el capital norteamericano y nacional levantaban en este país, y cuando era necesario una fuerza de trabajo barata que se sometiera a las condiciones que les impusieran los patronos.

 

Los haitianos venían empujados por su propia miseria nacional, que no pudieron revertir no obstante haberse liberado los primeros del yugo colonial francés en este continente. Si a esta altura de su historia Haití sigue siendo la nación más pobre y atrasada social y económica del hemisferio occidental, es porque padeció también de una explotación secular que no la dejó levantarse de su desgracia.

 

Empero, la riqueza que los cubanos hicieron a partir de la caña de azúcar, y surgieran prósperas ciudades y sociedades, en gran parte se debe al sudor y el sacrificio de los haitianos que en decenas de miles llegaron a nuestros campos, para ser explotados y arrinconados en barracas más miserables que las que los nazi reservaron para sus prisioneros en la II Guerra Mundial.

 

Pero ellos, no vinieron en oleadas desordenadas a invadir a la Isla promisoria, sino por el Decreto gubernamental Número 23 del 14 de enero 1913, once años después de que llegaron los primeros 1000 con el mismo fin, que daba un sutil matiz a la nueva trata negrera yanqui.

 

Para conocer la magnitud de aquella inmigración baste recordar que entre 1902 a 1920 a Cuba entraron 174 mil negros antillanos para ser empleados en la explotación de la caña de azúcar, para lo cual no bastaba la fuerza laboral cubana, que era inferior en número respecto a la foránea, pero le estaba prohibido realizar cualquier otra actividad economía en las ciudades.

 

Ello perjudicó por décadas a trabajadores cubanos, pues los haitianos eran empleados con un mísero salario de 20 centavos por cada 100 arrobas que los criollos no aceptaban, situación que suscitó numerosas protestas parlamentarias que nunca tuvieron respuestas, aunque había una cláusula de repatriación cada dos años, concluido un contrato, pero la inmigración perduró hasta la década del 40.

 

El gobierno se hizo de la vista gorda a instancias del capital norteamericano y la oligarquía criolla, que siguieron construyendo centrales azucareros hasta completar la cifra de 152, cuya fuerza laboral era principalmente haitiana, aunque en cifras descendientes los demás cortadores de caña procedían de Jamaica y otras islas de las Antillas Mayores y Menores.

 

Aquellas realidades hermanaron a cubanos y haitianos que aunque cerradas a la penetración de extraños en sus comunidades empezó la fusión de sus culturales, lenguas, costumbres, comidas, bebidas y fiestas, cultos, religiones y creencias,  cuando se dieron los matrimonios entre haitianos y criollas, o viceversa.

 

Se dá la transculturación, pero empieza la asimilación de ambas nacionalidades hasta estos días en que, por ejemplo, muchos descendientes de haitianos hay en los municipios azucareros de las provincias del oriente cubano: Las Tunas, Santiago de Cuba, Guantánamo, Holguín y Granma, y las agramontinas Camagüey y Ciego de Ávila, además de otras del occidente.

 

Es decir, Haití no sólo fue un pilar sobre el cual se levantó la economía cubana hasta el triunfo de la Revolución, cuando fueron liberados de la explotación, sino el ente que ligó su sangre y su cultura con la isleña y hoy es uno de los principales afluentes de nuestra nacionalidad.

 

Por eso, desde hace más de una década, la ayuda de Cuba a Haití es sencillamente un gesto de solidaridad con una hermana de sangre, y allí estaremos a cambio de nada, por la felicidad de ese pueblo víctima de muchos terremotos sociales, políticos y económicos en su historia.

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