CÓMO ERA EL MAS UNIVERSAL DE LOS CUBANOS (1)
-Ese era José Martí, el hombre cuya fue agonía y sufrimiento, pensamiento y acción por la causa sagrada de la libertad de Cuba, y a cuyas ideas debemos el liderazgo de Fidel Castro por
la Revolución de todos y el bien de todos del propio Martí, hasta consolidar el socialismo como sistema único para conquistar toda la justicia, a que el Apóstol aspiró.
Alrededor de la figura de José Martí, como ocurre con todos los grandes hombres, se ha tejido un sinnúmero de leyendas. Leyendas que, por serlo, resultan difíciles de destruir y acaban por arraigarse en la mente popular a fuerza de ser constantemente repetidas.
Entre esos errores más comunes en torno al Apóstol de nuestras libertades acaso el mayor se refiere precisamente a la configuración física que de él se han forjado sus compatriotas. A ello han contribuido, naturalmente y en modo decisivo, los retratos y obras escultóricas relativos a su persona realizados sin una cuidadosa exacta documentación. O también porque el artista tiende siempre a exaltar o a simbolizar el personaje escogido y no a reproducir su efigie como una fotografía. E igualmente porque un fenómeno psicológico nos lleva inconscientemente a imaginarnos siempre el grande hombre como de elevada estatura.
Martí, sin embargo, no era alto, sino por el contrario de estatura normal, de unos cinco pies y medio. Delgado, de muchacho y adolescente, ligeramebnte más grueso en la treintena, ni siquiera en en sus últimos años, según datos recogidos entre personas que lo conocieron, nunca llegó a pesar más de unas 130 a 140 libras. Su aspecto exterior, puede decirse que era del tipo promedio del criollo, parecido en su delgadez y poca estatura a muchos de los tabaqueros emigrados a Tampa y Cayo Hueso (La Florida, Estados Unidos), que tanto le amaron y contribuyeron a manos llenas a la causa de la Revolución.
Esto puede comprobarse haciendo un acucioso estudio de sus retratos o mostrándole a cualquier satre las medidas que le tomó para un traje Miguel Ignacio Almonte, en 1895, en Montecristi, pocos días antes de partir con Máximo Gómez para Cuba, y que han sido dadas a conocer por el historiador dominicano Emilio Rodríguez demorizi.
Martí era de vestir modesto, pero pulcro. Su traje y su corbata eran negros, en símbolo de luto por ser Cuba esclava. Usó también anillo de hierro -que no ha sido hallado-, hecho de un pédazo de la cadena que llevó cuando era el preso
113 en que estaba grabada la palabra "Cuba".
No era la cabeza de Martí tan grande ni tenía la forma que le han dado Sicre y otros esultores en sus obras, sisn duda para simbolizar mejor pensamiento genial del Apóstol. Aunque su frente sí era notabalemente alta y despejada, destacábase más un sello de marcada personalidad a medida que con los años el cabello negro iba clareando en las sienes.
Sus cejas eran pobladas, grueso el bigote, y más bien fina la mosca que adornaba el mentón firme. Firmeza revelaba también la nariz recta, mientras que sus orejas se encontraban separadas de la cara algo más de lo natural, según sus propias declaraciones a Fermín Vladés Domínguez, por los tirones que le dieron sus maestros, cuando niño, en una escuelita de barrio de La Habana.
Sobre el color de los ojos de José Martí siempre ha existido mucha confusión, creyéndose generalmente que fueron negros. Eran pardos, "glaucos", según el pintor Federico Edelman, color que tiene los tonos cambiantes de las olas, desde el oscuro hasta lo claro, en una sensación variable de pardo a verdemar. Y eran almendrados, algo achinados, o árabes, más bien melancólicos y dulces, pero relampagueantes o coléricos acuando acusaba desde la tribuna a la España colonial de sus desmanes en Cuba.Y en su mirada, después de su verbo, residía acaso el mayor magnetismo de Martí, porque era ella la que atraía enseguida a las personas hasta llegar casi echizarlas.
En el hablar suave, nunca estridente, persuasivo más que agresivo, en sus discursos revolucionarios, su palabra llegaba, sin embargo, a romper el aire como yajo de machete. Y es que a medida que hablaba su figura se agigantaba, parecía estar en "trance", y entonces su voz, según personas que le oyeron, volvía progresivamente más fuerte y vibrante. Iniciaba sus discursos con voz lenta, poco perceptible, aumentando en volumen hasta alcanzar un acento evangélico, rebosante de honda sinceridad. Eran entonces cuando electrizaba al público.
Las manos de Martí, como de hombre magro, intelectual y artista, eran finas y afiladas. Manos, según los quirománticos, de hombre amante de todos los dogmas filosóficos que pregonan la justicia y la libertad, la dignidad y el decoro del hombre. Mano de místico, de mártir y de redentor.
(Tomado de… Martí, Obras Completas, Tomo 27, Guía, pp.213/114)
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